UN POCO DE HISTORIA

  

 

Originalmente en el Perú, como todo en el Nuevo Mundo, estábamos divididos en tribus errantes. Sin cultura y sin industria, sin derecho ni obligaciones sociales. Vagábamos como hordas salvajes y vivíamos especialmente de la caza y de la pesca.

 

Pero así como todos los pueblos de la tierra han tenido su origen de civilización, también entre nosotros los peruanos, aparecieron los incas, seres justos, magnánimos e ilustrados que nos organizaron y poco a poco nos condujeron “dulcemente” a la sociabilidad.

 

El poder de los Incas, aunque el más absoluto de los despotismos, se mitigaba por la influencia de la religión. La obediencia que prestábamos a nuestro soberano revestido de una autoridad divina, era muestra de  nuestro miedo. Mientras mas adorábamos al Sol, más serviles y esclavos éramos, así, “dulcemente”.

 

Pero si estas costumbres puras y patriarcales nos hacia un pueblo feliz interiormente, nuestro poder material era limitado. La gran mayoría, el pueblo, el ciudadano común, no aspiraba a más. Usaban el terror religioso contra nosotros y nos contentábamos solamente con cubrir nuestras mínimas necesidades con las producciones de nuestro suelo, de nuestras siembras, de nuestras cosechas. Desconocíamos  absolutamente el comercio, desconocíamos todos los demás pueblos de la tierra, no conocíamos la escritura, la navegación, ni otros países, ni otros hombres, ni otras costumbres, ni otros Dioses, ni otras ambiciones, ni otras alteraciones del espíritu humano. Si habíamos sostenido guerras con las tribus de nuestras comarcas, desconocíamos absolutamente la fabricación y uso de armas aun más mortales y, nuestro ejército inca ignoraba tácticas y estrategias de guerra. Así de simple.

 

Así vivimos durante mucho tiempo, hasta que siglos después aparecieron los españoles para conducirnos al "conocimiento de la verdad".

 

 

 

 

 

 

Los españoles al contrario, avezados a la guerra en ochocientos años de combates con los sarracenos; endurecidos en los campos de batalla y en los naufragios, eran en aquel siglo el terror de toda Europa. Con sus armas y sus tácticas de guerra les daba superioridad y, cada aventurero se presentaba como un Dios que amenazaba terriblemente con su cólera a todo nuestro imperio incaico. Nuestros antepasados peruanos, creían combatir con Dioses invulnerables.

 

Los españoles del siglo XVI, envuelto en sangriento y negro manto de fanatismo religioso, exterminaba a sangre y fuego todas las creencias que se separasen de la cruz; y si en Europa se perseguían con furor los creyentes de Mahoma, en los continentes americanos se exterminaban sin piedad a los adoradores del Sol.

 

Así fue cuando nuestro ultimo inca, Atahualpa, tiro la Biblia católica con desprecio y, Hernando de Luque, furioso entonces, se volvió a sus compañeros, gritando: “Venganza cristianos, la palabra de Dios ha sido profanada, vengad el crimen, devorad a estos infieles”

 

En vano los nobles rodearon al Inca formándole una muralla con sus indefensos pechos: todos cayeron al furor del acero de Pizarro, quien arrastró al monarca por los cabellos y lo hizo prisionero, y la caballería continuó la matanza hasta acabar el día. Una multitud de príncipes de la raza de los Incas, los ministros, la flor de la nobleza, todo lo que componía la corte de Atahualpa, y cuatro mil soldados y mujeres, niños y ancianos, cayeron en los campos de Cajamarca al furor de los aceros; todo era muerte, desolación y espanto. El imperio de los Incas había desaparecido bajo las huellas vencedoras de Francisco Pizarro.

 

Los desventurados adoradores del Sol, fueron convertidos a la fuerza al cristianismo. Los que inspirados de su corazón creían en Jesucristo, eran ¡desdichados también! víctimas de su ignorancia: los fanáticos sacerdotes llenaban su alma de melancólicas preocupaciones, porque el terror de conciencia es la mayor calamidad moral del género humano. La tierna religión de Jesús, su índole dulce, su moral sencilla se convirtió en el pavor de una noche tormentosa para nosotros los peruanos de aquella época.

 

La conquista del Perú se revistió en la máscara religiosa que encubría todas las usurpaciones de aquel siglo. Nuevamente, como nuestros antepasados, nuestro poder material era limitado. El pueblo, el ciudadano común, no aspiraba a más. También usaban el terror religioso contra nosotros y nos contentábamos solamente con cubrir nuestras mínimas necesidades. Desconocíamos  muy poco sobre el comercio, también desconocíamos muchos pueblos de la tierra, nos mantenían en la ignorancia, no conocíamos costumbres, ni otras ambiciones, tampoco, otras alteraciones del espíritu humano. Así de simple.

 

Así estuvimos por más de 500 años, hasta que cayó el virreinato.  Hasta que fuimos liberados nuevamente y formamos la llamada Republica del Perú. Pero esa es otra historia...

 

 

 

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